POR GUY SORMAN
SCHUMPETER, un economista
austriaco refugiado en Estados Unidos desde 1932 y profesor en Harvard,
dejó en sus biógrafos y sus discípulos el recuerdo de un seductor, pero,
ante todo, una expresión importante que resume su obra: «La destrucción
creadora».
Demostró que el progreso en el régimen capitalista exige
que lo antiguo deje paso sin cesar a lo nuevo. Contrariamente a lo que
sostenían Marx y Keynes, consideraba que las crisis eran inherentes al
desarrollo económico: gracias a las crisis y en periodo de crisis,
escribía, la innovación se manifiesta. Para corroborar su teoría,
recordemos que la crisis de los años 1974-1980 originó la revolución
informática y el nacimiento, entre otras, de Apple y Microsoft. Según
Schumpeter, solo la innovación, y nunca la intervención del Estado,
reactiva el crecimiento.
En contraposición con sus tesis sobre el papel de la
innovación y las virtudes de la destrucción creadora, he conservado el
vivo recuerdo de la economía soviética, con Breznev, y china, con Mao
Zedong. En estos países socialistas nunca se destruía una fábrica: cada
complejo industrial se asemejaba a un milhojas de técnicas anteriores a
las que se les añadían las innovaciones recientes, ya que destruir un
establecimiento antiguo, me explicaban, en los años ochenta, habría
significado que los planificadores anteriores se habían equivocado y no
habían sido omniscientes. Esta arqueología industrial bastaba por sí
sola para explicar el fracaso del socialismo: los planificadores solo
pueden proyectar algo nuevo y no pueden plantearse suprimir una
actividad, porque no saben predecir el ciclo de la innovación. No
destruir nunca y construir siempre es una asimetría suicida que vale
también para la forma edulcorada del socialismo en democracia que se
denomina «política industrial». Como sabemos, la consecuencia que ello
tuvo para las economías socialistas fue el estancamiento que llevaba
aparejado una especie de pleno empleo, o más bien de salario
garantizado, pero justo a un nivel de subsistencia.
El capitalismo occidental, como explicaba Schumpeter, se
basa en el principio inverso: en Estados Unidos especialmente, donde el
capitalismo es más visible, ni siquiera se toman la molestia de destruir
para reconstruir. Ciudades enteras se han convertido en ruinas
industriales, las fábricas abandonadas bordean las vías de ferrocarril,
mientras que los empresarios y la mayoría de los trabajadores se van a
explorar a otro lugar, como hacían los antiguos pioneros. Esta
destrucción creadora es globalmente progresista, generadora de empleos y de riquezas. Pero es muy posible que lo que es «global»
arruine, de paso, algunos destinos individuales. Sin duda, si uno se
pasa estos días por Francia, donde el transporte marítimo está en
quiebra, ya no se necesita el transbordador entre Calais y Dover, pero
vayan a explicárselo a un viejo marinero afiliado a un sindicato. La
consecuencia necesaria del principio de Schumpeter en democracia es que
le corresponde al Gobierno autorizar la destrucción del aparato
anticuado y, al mismo tiempo, ayudar personalmente a los hombres
afectados por esta destrucción. En el capitalismo schumpeteriano,
el Estado ayuda a los hombres, no a las empresas: el apoyo a la
economía de mercado es lo contrario de la salvación de las empresas en
dificultades.
Imprevisiblemente, en Estados Unidos, la campaña
presidencial de Mitt Romney, que ya es el probable candidato republicano
y posible presidente, gira en torno a este principio de Schumpeter.
Imaginábamos que Mitt Romney tropezaría con su religión mormona, pero
los mormones son considerados ahora unos cristianos como los demás, en
un país donde el cristianismo se divide en una infinidad de cultos.
Romney, por tanto, hace campaña basándose en su experiencia como
empresario privado en un momento en el que el desempleo atormenta a los
estadounidenses. Pero resulta que es un empresario de una especie
singular: la empresa de la que fue presidente, Bain Capital, es un fondo
de inversión privado que compra empresas en dificultades para
reestructurarlas y revenderlas. Los adversarios de Romney, unos
republicanos más conservadores que él, emiten en la televisión un
documental con testimonios de parados víctimas de la destrucción
creadora, gestionada y acelerada por Bain.
Resulta difícil defenderse frente a semejante campaña de
información/desinformación porque lo que se destruye se ve y lo que se
reconstruye no se ve necesariamente. Mitt Romney asegura que, cuando
estuvo al frente de Bain Capital, creó 100.000 empleos. Pero ¿dónde
están? El propio Romney no sabe cómo los capitales poco rentables,
invertidos en las empresas que destruyó, se reinvirtieron a continuación
en actividades más rentables y más creadoras. Ya en 1830, el economista
francés Frédéric Bastiat había subrayado esta asimetría entre lo que se
ve y lo que no se ve. Y Milton Friedman retomó a menudo este argumento:
una fábrica que cierra aparece en televisión, las empresas que se crean
pasan inadvertidas.
Pero también se le debe a Mitt Romney, cuando era
gobernador de Massachusetts, la instauración en su estado del régimen
más completo de seguro de enfermedad de todo Estados Unidos. Esto
también se lo reprochan los ultraconservadores, pero resulta coherente
que el principio de Schumpeter se compense mediante la solidaridad
social: es incluso un requisito político y humano para que funcione.
Por tanto, Mitt Romney deberá hacer gala de talentos
pedagógicos excepcionales para hacer que los electores acepten el
principio de Schumpeter: su elección depende de ello, ya que es en este
terreno movedizo donde ha elegido verse las caras con Barack Obama. Pero
si releemos a Schumpeter, es una batalla perdida de antemano: el
capitalismo le parecía al mismo tiempo eficaz e impopular y vaticinaba
que moriría a causa de esta impopularidad en beneficio del socialismo.
Schumpeter dudaba especialmente de la capacidad intelectual de la
burguesía capitalista para defender su legitimidad. Dudaba aún más de
las capacidades de los herederos de los empresarios capitalistas y
pensaba que los intelectuales lograrían destruir el capitalismo. Es
cierto que el socialismo tal como lo imaginaba Schumpeter (en los años
cuarenta) ha desaparecido, pero la resistencia al principio de
destrucción creadora perdura, aunque con el nombre de keynesianismo, ecologismo y altermundialismo.
En Estados Unidos, la más schumpeteriana de las economías, ¿podrá ganar el candidato más abiertamente schumpeteriano1
Si Romney pierde, la economía estadounidense se europeizará (una
tendencia que Barack Obama ilustra y pone en práctica con su inclinación
por las políticas industriales estatales y los seguros sociales
generalizados). Si Obama, que idealiza el modelo social europeo,
venciese a Romney, que, por su parte, cree en el excepcionalismo
estadounidense, Estados Unidos podría unirse a la decadencia europea, al
crecimiento lento y al desempleo permanente.
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GUY SORMAN
FILÓSOFO Y ENSAYISTA